Veranear , que no viajar.

“Veraneantes , me digo yo desde aquí, qué condición tan diferente a la del aventurero o el viajero , porque el veraneante descansa, se recrea y huelga cada estío en el mismo lugar : el pueblo de sus antepasados, el escenario del primer crimen sentimental, al que regresa una y otra vez en busca de placer y sentido , como en busca de placer y sentido regreso yo a todos tus veranos . “ Guillermo Aguirre. Estival.

Veranear en Lanzahíta es despertar perezoso y atribulado entre los zumbidos de las cigarras y el suave piar del alba entre los pinos.

Tras una noche corta y templada, las tareas cotidianas, que aún aguardan en los días de asueto cuando veraneas (y no viajas), se antojan pesadas. Pero solo hay que fluir y saborear.

Hacer la compra en el pueblo tiene otro significado, delicioso aún bajo el rabioso sol de agosto. Entre frutas, verduras, pan y miel se vive el reencuentro y se palpa el proceso, vivo. El proceso que lleva esos productos hasta los puestos en la carretera o los pequeños comercios, y el de nuestra propia vida, interconectada. Seguir con aquella conversación del verano anterior, crecer, envejecer, volver.

Zambullirse en el barullo suave y refrescante de la piscina, vigilada por nuestra montaña, la “Abantera”, y cuando el silbato marca el final de la jornada, procesionar hacia la garganta “La Eliza”, donde esperan pacientes, con la promesa de sombra y calma, gigantes de piedra lamidos por aguas frescas y eternas.

La barbacoa a la fresca en “Lo de Francisco”, o las tapas en “Las Chumberas”, según la etapa vital y la compañía. 

Y ya bien entrada la noche, ver a los niños correr, envueltos en la misma circunferencia de arena en la que lo hiciera yo hace 40 años, y mi madre, casi un siglo atrás, todos al ritmo de la estruendosa orquesta y el olor a boñiga de toro.

Cada día y cada verano tan distintos e iguales a un tiempo.

Los veraneantes construimos esa parte del año codo a codo con los autóctonos, pero para nosotros se construye algo más: un gran motor que impulsa más profundamente ese arraigo, generación tras generación.

Nayara Panizo.